Viernes 28 de Junio del 2007
Hay enamorados que van tomaditos de la mano a todos lados (incluyendo al toilette) y otros que, habitando un mismo techo, parecen llevar vidas separadas.
Los primeros están fusionados como esas plantas que el sol mezcla y une inesperadamente sobre la tierra, los otros conforman una yuxtaposición de soledades. Y hay una tercera opción, la más buscada, en la que se mezclan estas dos posibilidades en un extraño cóctel de convivencia, donde se trata de conservar parte del yo que está atrapado en el nosotros.
¿Estábamos preparados para este dilema? No, al contrario, los cuentos de hadas que nos narraba la abuela terminaban siempre la noche en la que el príncipe y la doncella se unían, y comían perdices.
Pero nadie nos contó el día después, donde el héroe y la heroína ya no tenían que lidiar con el dragón o la bruja, si no dilucidar si el paso dado era una solución o un gran problema para el futuro.
Y si. “Juntitos, juntitos” cantaba Estela Raval en los años sesenta, y me resulta imposible olvidar el estribillo que se repetía a coro: unidos descubrieron lo hermoso que es vivir de una ilusión.
Pero, ¿cuál es, podríamos preguntarnos , esa ilusión? ¿La pareja humana?
Tal vez. Extraño bicho el terrícola, crea estrategias para ser amado, pero en cuanto logra conseguir a ese ansiado otro, se ve atravesado por inesperadas preguntas: ¿Y si se disipa mi identidad, y si me invaden, y si dejo de ser yo mismo, y si caigo preso bajo el dominio de la voluntad del otro?¿Hago lo que él quiere, lo que yo deseo, o vamos juntos a dónde no nos gusta a ninguno de los dos?
Entonces, por las dudas buscamos recetas para conservar el dúo. Y nos aconsejan: lo mejor es ir a bailar cada uno por su lado, dormir en camas separadas, o en habitaciones distintas, o mudarse cada uno a un edificio diferente o hasta ciudades y países lejanos, ella en Buenos Aires y él en Tokio, como si la duración de un vínculo pudiera demorarse en algún freezer que detuviera su destino. 0tros nos proponen lo contrario: compartirlo todo, crear un refugio, un búnker conyugal para que el dúo se defienda de la locura cotidiana, del caos externo, de todo lo que desde el afuera intenta separarlos.
La verdad es que simplemente somos animales simbólicos que se angustian con y sin el otro, contaminados por el lenguaje que nos preexiste, buscadores perseverantes del goce movidos por esa ilusión de felicidad.
Esto tiene consecuencias fundamentales en todos los actos de nuestra finita existencia, ya que vivir constituye una ininterrumpida toma de decisiones, y a esta situación no escapa la elección de nuestro objeto de amor, y de la forma de comportamiento que nos una o nos separe. Pero, si hay una distancia óptima entre Venus y Marte será aquella que les permita a ellos extrañarse y sentir, al menos una vez al día, esa herida que separa el deseo, de la completud, y que nos lleva irremediablemente a nombrar al otro.
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